Por Nicolás Moro, desde Rosario, Santa Fe.
La reciente
muerte de Néstor Vargas, presuntamente envenenado por el contacto con
agroquímicos, muestra la realidad detrás de la bonanza sojera. Su
historia recrea la de muchos otros habitantes del campo argentino que
comparten un destino de precariedad y explotación.
Conocida
es la tradición agraria de la provincia de Santa Fe, cimentada sobre la
riqueza natural de su suelo y toda una historia de violentas
imposiciones sobre sus habitantes originarios. Fue también la historia
de la llegada de colonos agrícolas y de arrendatarios del otro lado del
mar, de la consolidación del latifundio y del Grito de Alcorta junto
con toda la mitología que sobre ese suceso construyeron determinadas
entidades. Pero la historia más reciente y menos contada por los
creadores de relatos es la del avance del monocultivo, el desmonte, la
concentración económica y la contaminación a mansalva de la tierra y
sus pobladores. Omisión interesada de un lento y silencioso genocidio
químico a cielo abierto.
La “vida” en el campo
Néstor Vargas tenía 27 años, esposa y cinco hijos, cuando hace unas
semanas comenzó el macabro periplo que terminó con su muerte en el
Hospital Cullen de Santa Fe. El miércoles 12 de octubre, en la
localidad de Santa Felicia, cercana a la ciudad norteña de Vera,
provincia de Santa Fe, Néstor trabajaba en el campo de la familia
Centis cuando comenzó a sentir fiebre y dolores en todo el cuerpo. Ese
día había descargado agroquímicos de un camión a una habitación mal
ventilada, sin utilizar ningún elemento de seguridad para su
manipulación. Al día siguiente, el encargado del campo, Marcelo Apud,
hizo que le dieran un medicamento para la gripe, desoyendo los reclamos
de la esposa del joven peón rural de llevarlo al hospital. El viernes,
ya con problemas para respirar, viajó al hospital de la ciudad de Vera
donde, con una desidia increíble, tras aguardar por el turno de la
guardia tuvo que esperar media hora adicional a la doctora que,
mientras tanto, se probaba ropa en su consultorio. Cuando pudo ser
atendido, la médica no ordenó su inmediata internación sino que le
recetó medicamentos para la fiebre y la tos, incluso frente a evidentes
síntomas de algo más complicado, como arcadas y problemas respiratorios.
El sábado casi no pudo levantarse por los dolores y el domingo
volvió al hospital de Vera, sólo para que un médico le recete
nebulizaciones y una inyección y tampoco considere su internación.
El lunes un médico particular ordenó su internación inmediata y una
batería de análisis. Dos días después, fue derivado a Santa Fe,
mostrando ya con vómitos, ahogos y dolores en el pecho, por lo que hubo
que asistirlo con oxígeno y derivarlo a terapia intensiva. Unas horas
después de su derivación los médicos informaron que difícilmente
resistiría y a la una de la madrugada se informó de su fallecimiento.
Esta es la realidad del “otro campo”, ese que en 2088 no salió a
batir cacerolas contra el aumento de las retenciones a su producción
exportable, ese que no aparece en la Expoagro y otras muestras y ferias
de los grupos más poderosos y “prósperos” del sector, ese que sufre las
consecuencias directas de un modelo extractivo-exportador que concentra
la propiedad y el uso de la tierra, así como las utilidades generadas
por la exportación de granos. Un modelo que precariza a sus
trabajadores hasta la cuasi-esclavización (como lo demuestran el
emblemático escándalo de Nidera y mismo caso Vargas, que trabajaba en
negro y sin obra social), que extiende el monocultivo y la imposición
de una agricultura industrial basada en la biotecnología y la
aplicación de agrotóxicos, contaminando el suelo, el agua, el aire,
destruyendo la biodiversidad y envenenando a los pueblos del interior
de la provincia. Un modelo, por último, que produce granos y derivados
que nunca serán alimento para las hambrientas mayorías del país y del
mundo, sino forrajes, alimento balanceado y agrocombustibles. Es decir,
un modelo de país agrario sin soberanía alimentaria, con hambre,
exclusión y contaminación.
Declaraciones apresuradas
Si bien aún faltan realizar peritajes y estudios sobre las causas
ciertas de la muerte de Néstor Vargas (sus órganos serán analizados
para verificar la posible intoxicación), el ministro de Salud de la
provincia, Miguel A. Capiello, declaró esta semana ante el movimiento
de Pueblos Fumigados-Campaña Paren de Fumigarnos que “ya el primer
diagnóstico que dieron los médicos en el hospital José María Cullen de
Santa Fe indicaría que el deceso se habría producido por hantavirus o
leptospirosis". Una declaración por lo menos apresurada, teniendo en
cuenta las denuncias de la familia Vargas y el sospechoso mutismo y
desidia de los dueños del campo (que en ningún momento se solidarizaron
o prestaron ayuda alguna a la familia), así como incontables casos
similares de muerte por intoxicación con agrotóxicos en los últimos
años. Hasta el momento, ésta ha sido la única declaración oficial sobre
el caso, lo que desgraciadamente ni sorprende ni contradice la política
del gobierno de Hermes Binner sobre los agrotóxicos. Se trata de una
política a tono con los intereses del sector, que ignora la evidencia
científica y pide “desmitificar la toxicidad del glifosato” (Binner
dixit), una política que encaja perfectamente en el gran “consenso
sojero” de la mayor parte del espectro político partidario, priorizando
el lucro de unos pocos por sobre la salud de los habitantes de la
provincia y su derecho a un ambiente sano.
Ni solo, ni mal acompañado
El caso de Néstor Vargas no es el primero y no será el último en
tanto se siga “profundizando” un modelo económico insustentable, basado
en el poder del latifundio y en la especulación financiera de los pooles
de siembra, en la creación de un desierto transgénico que avanza sobre
la riqueza de biodiversidad a fuerza de desmonte y fumigaciones, que
configura una estructura social de “agricultores sin rostro” que
avasalla las formas de vida campesinas y propicia el saqueo de la
tierra y el despojo de las mayorías. Los casos como el de Vargas se
multiplican en esta y otras provincias, bajo el manto de silencio de
los medios de comunicación y la complicidad de los poderes de turno.
Sin embargo, Néstor Vargas no está solo. En primer lugar, su familia
seguirá denunciando y reclamando justicia, exigiendo el esclarecimiento
de las causas de su muerte y el enjuiciamiento de los responsables.
Pero no sólo su familia lo acompaña: la Mesa Vera de la CTA ha emitido
un comunicado en solidaridad con él y su familia, denunciando asimismo
la “complicidad del Estado Provincial (…) nuevamente en evidencia ante
este hecho que se podía haber evitado con la aplicación y/o
modificación de las leyes vigentes y si se ejerciera un verdadero
control sobre el uso de este tipo de productos que envenenan y matan a
la población”. Simultáneamente, el Encuentro por los Derechos Humanos
de Reconquista y la Campaña Paren de Fumigarnos de la provincia han
emitido sendos comunicados y se han plegado a las movilizaciones en
reclamo de justicia y en solidaridad con la familia Vargas. Una vez
más, son los movimientos sociales y los sindicatos combativos los que
alzan alguna voz a favor de los desplazados y olvidados del modelo y
del sistema, buscando, por distintas vías, contribuir a un cambio
social que contemple las necesidades y resguarde los derechos
elementales de los pueblos, siempre amenazados por el afán lucrativo y
depredador de los “ganadores” del nuevo capitalismo agrario.
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